Toda Actividad empresaria, sea
comercial o fabril, es considerada comúnmente desprovista de valores espirituales o artísticos.
Así el hombre de negocios está visto como el prototipo
cuya única motivación en su quehacer cotidiano lo
constituye la acumulación de bienes materiales de las más
variadas características.
Aparentemente no conoce otros valores que los del beneficio pecuniario
redituable en lo inmediato. El equívoco salta a la vista.
Ningún ser humano deja de vibrar cuando emociones de la
más variada índole lo embargan. La sed de emociones,
una necesidad biológica indisolublemente unida a nuestro
aparato sensorial, necesita ser satisfecha continua y cotidianamente,
porque solamente así se puede lograr un equilibro
imprescindible para el vivir y la lucha de todos los días.
Y un medio eficaz para poder conquistar este tan anhelado equilibro
psíquico, lo constituye muchas veces el contacto con el
arte, que estimula y permite sentir el efecto bienhechor que trae
aparejado el goce de una perfecta obra artística.
Así vemos que toda persona se rodea de objetos, cuadros
y esculturas para activar la sensación de integración
y para encontrar a través de la contemplación estética
el acuerdo y la consonancia con el mundo y la realidad circundante.
La formación de su colección de arte se convierte
así para el hombre de negocios en fuente de profundas y
positivas satisfacciones estéticas, amén de una inversión
a veces muy valiosa y segura cuando supo elegir acertadamente y
con criterio de calidad las piezas que la conforman.
El enfoque negativo del papel del empresario se justifica, sin
embargo, cuando consideramos su actividad frente a la obra de arte
integrada como parte en un ámbito público. Y aquí conviene
que nos detengamos para reflexionar sobre este papel negativo de
muchos hombres extraordinariamente activos como empresarios.
Grandes obras arquitectónicas, esculturas muy valiosas y
conjuntos urbanísticos de gran belleza sufren muchas veces
de la negligencia, del afán de lucro y la falta de sensibilidad
de alguna gente empresaria. Gente dinámica y creadora. Estas últimas
virtudes son sumamente positivas y encomiables cuando están
asociadas con cierta responsabilidad social. Pero esta responsabilidad
social unida a la comprensión de lo que significa el ámbito
público emocionalmente valioso no se halla todavía
bastante desarrollada en la formación de muchos empresarios.
Así podemos observar que no se vacila en inundar, en un
acuerdo con agencias de publicidad y responsables de municipios,
la vía publica con afiches, carteles y avisos sin considerar
el efecto de estos elementos cuando en sus inmediaciones se encuentran
grandes creaciones de arte. En nuestro medio abundan los ejemplos
de esta falta de sensibilidad. Un hecho reciente de destrucción
de nuestro valioso paisaje urbano lo constituye lo ocurrido con
la barranca de la Recoleta. En uno de los más hermosos lugares
de Buenos Aires sobre la pendiente que va desde el Centro Cultural
hasta el emplazamiento del grandioso monumento al Gral. Alvear,
se levantó hace poco un kiosco de venta de choripán
y bebidas gaseosas. Si bien esta “iniciativa” de promoción
industrial y comercia con su marco arquitectónico de dudoso
gusto no enriquece estéticamente nuestro paisaje urbano,
marca sin embargo un nivel; el nivel de preocupación por
la belleza de la ciudad de aquellas personas que intervinieron
en su planificación y aprobación municipal. Lamentablemente
un nivel muy bajo. Esta situación no es de reciente data.
Las ciudades y conglomerados urbanísticos modernos no toman
en cuenta en su crecimiento valores emocionales. Así constatamos
que monstruos urbanísticos con millones de habitantes no
son capaces de crear obras como lo hicieron durante el medioevo
o renacimiento ciudades de cine mil habitantes como Reims, Chartres
o Florencia con sus catedrales, palacios y jardines. En nuestras
ciudades modernas se da por un lado un caudal de riquezas materiales
tremendo y por el otro una extrema pobreza emocional. Si comparamos
los valores estéticos que albergan estas ciudades con los
que poseen conglomerados urbanísticos creados durante los últimos
cien años, las consecuencias están a la vista.
La preocupación estética ha sido reducida la mayoría
de las veces al confinamiento de las obras más valiosas
a los museos y la tarea de los creadores - artistas ha sido limitada
y restringida para crear obras de pequeño formato que se
puedan comprar y vender.
En nuestro medio hemos perdido, durante los últimos decenios,
artistas muy valioso como Curatella Manes, Alfredo Bigatti, Emilio
Petorutti, Spilimbergo y muchos más cuyo talento creador
jamás ha sido aprovechado por ningún responsable
del mundo empresario o de alguna administración pública,
para que estos artistas brinden a nuestro ámbito publico
obras valiosa y duraderas de acuerdo con su talento y capacidad
creadora.
Esta miopía en la actualidad sigue igual a la que describió Petoruti
en su libro: “El pintor frente al espejo”. Sin embargo
existe en estos tiempos una tendencia a utilizar el gran legado
artístico de distintos países como Grecia, Italia,
España, Islrael y otros como fuente de atracción
turística y aquí cabe señalar un hecho muy
interesante. El monto de divisas que ingresa a estos países
bajo el rubro turismo no está superado por ningún
ramo de la actividad exportadora. Así en México,
por ejemplo, el cuidado y la vigilancia que se dedica a las grandes
obras de arte del pasado y presente (la Escuela Mural Mexicana)
del entorno publico, se convirtieron en preocupación nacional
y así sobre este plano se produce un hecho sumamente positivo,
ya que los valores culturales y artísticos se han convertido
en factores económicos muy valiosos y poderosos.
Es de desear que experiencias como éstas hagan escuela
y que los factores estéticos y la capacidad creadora de
artistas talentosos jueguen el papel que les corresponde en el
desarrollo de nuestras ciudades y pueblos.
|
NOTA DEL EDITOR:
Martin Blaszko, argentino por opción desde 1946, es un reconocido artista,
protagonista de una de las empresas más importantes y de vanguardia en
aquella trascendental época argentina. Integró el Grupo de Arte
Concreto Invención y posteriormente el Grupo Madi, nos demuestra en esta
sencilla, conceptuosa y clara nota cómo el ser es integral, debiéndose
simplemente motivar la sensibilidad al lógico sentido humano económico
que nos conforma en un todo.
Martin Blaszko acaba de ser seleccionado, por el Museo Hakone que le adquirió una
obra escultórica – que aquí se reproduce-, y viajó a
Japón para integrarla al Museo de Arte al Aire Libre de Hokone, a dos
horas y media de la ciudad de Tokio. La obra “Song of the flying Bird”,
de aluminio consta de 440 cm de altura, por 180 cm. de ancho y 170 cm de frente. |